La figura de Miguel Hidalgo vuelve al centro del debate histórico tras una revisión crítica de su iconografía y su papel en el inicio de la Independencia de México. Investigaciones recientes señalan que la imagen popular del “Padre de la Patria”, reproducida por generaciones en escuelas y documentos oficiales, no corresponde al verdadero aspecto ni al carácter del líder insurgente, cuyo retrato fue inventado décadas después de su muerte.
El análisis parte de una premisa contundente: Hidalgo nunca fue retratado en vida. La representación más difundida surgió casi 50 años después de su fusilamiento, durante el gobierno de Maximiliano, cuando se encargó al pintor Ramón Pérez la creación de un Hidalgo republicano y conveniente para los intereses políticos del imperio. Ese rostro, de piel clara y gesto sereno, fue replicado por generaciones hasta convertirse en la imagen oficial, pese a que no existe evidencia de que reflejara su verdadero aspecto.
Entre los pocos indicios históricos que sobreviven destaca una pequeña escultura realizada por el artista Terrazas en el siglo XIX. Esta pieza describe a un Hidalgo mestizo, de nariz ganchuda y porte robusto, muy distinto del personaje suavizado y “civilizado” que dominó los libros de texto. Especialistas coinciden en que el Hidalgo real era más cercano a un líder de carácter fuerte, activo en comunidades indígenas y profundamente ligado a las causas populares que al clérigo solemne que se presenta en versiones idealizadas.
La reconstrucción del personaje también implica revisar su trayectoria intelectual. Hidalgo pasó 27 años en instituciones educativas, fue rector del Colegio de San Nicolás y dominaba cuatro idiomas europeos, además de tres lenguas indígenas. Sus ideas liberales, influenciadas por la Ilustración y el pensamiento revolucionario francés, lo colocaron en constante tensión con las autoridades eclesiásticas, que incluso lo sometieron a procesos inquisitoriales por promover lecturas críticas de la Biblia.
El documental también recupera episodios clave del movimiento insurgente, como su papel en la conspiración de Querétaro, su liderazgo repentino en Dolores y su capacidad para convocar a cientos de personas con mensajes que interpelaban directamente a campesinos, indígenas y mestizos. Lejos de la imagen pasiva que se transmitió durante décadas, emergen relatos de un Hidalgo que abrió cárceles, llamó a terminar con la esclavitud y encendió la primera chispa de revolución social en el territorio novohispano.
La narrativa histórica recupera además figuras relegadas, como la de Pípila, cuya participación en la toma de la Alhóndiga de Granaditas fue cuestionada por sectores conservadores del siglo XX. Documentos y testimonios confirman su existencia y relevancia como parte del ala popular del movimiento, una sección frecuentemente minimizada para encajar en relatos oficiales más “ordenados”.
Uno de los episodios más debatidos es la marcha hacia la Ciudad de México después de la victoria en el Monte de las Cruces. Aunque Hidalgo tenía la posibilidad militar de entrar a la capital, la decisión de retirarse ha sido interpretada como un cálculo para evitar un saqueo masivo que pudiera desencadenar devastación social. Historiadores señalan que esta elección pudo haber cambiado el rumbo del conflicto, prolongando la guerra por más de una década.
La fase final de la vida de Hidalgo también sirve para replantear su figura. Tras su captura en 1811, fue sometido a procesos civiles y eclesiásticos, culminando en su fusilamiento en Chihuahua. La llamada “confesión de Hidalgo”, registrada por dos frailes dominicos, continúa siendo un documento polémico por posibles manipulaciones. No existe evidencia convincente de arrepentimiento y, según testimonios, incluso en prisión mantuvo dignidad, serenidad y convicción en su causa.
Los historiadores advierten que gran parte del “descafeinamiento” del personaje ocurrió durante el siglo XX, cuando distintas corrientes políticas privilegiaron un Hidalgo moderado y religioso sobre el líder revolucionario que buscó transformar las estructuras sociales de su tiempo. Esta reinterpretación borra su radicalismo, su vínculo con sectores marginados y su visión de un México libre de esclavitud y privilegios.
Al recuperar las distintas capas del personaje —su rostro real, su pensamiento progresista, sus contradicciones y su liderazgo insurgente— se abre la posibilidad de una comprensión más profunda de la Independencia. Miguel Hidalgo reaparece no como un ícono estático, sino como un hombre complejo, rebelde y decisivo, cuya fuerza histórica supera ampliamente la imagen domesticada que marcó generaciones escolares.